jueves, 10 de noviembre de 2011

Dolorosas Vacaciones

Nunca pensé que las tradicionales vacaciones que año tras años hacía en la finca de Barinas se convertirían en una desesperante pesadilla… 
El día de mi llegada todo era un alboroto, ya estaban en el lugar los primos de Caracas, traían un amigo, se trataba de un extranjero que desbordaba buen humor y simpatía, sobretodo mucha curiosidad, todo presagiaba que serían unas vacaciones muy interesantes.
Ese día el cansancio me dominó, un año de trabajo extenuante, solo anhelaba olvidarme del mundo; luego de la cena, me quedé en la habitación sin desear compartir con nadie, dormí no sé cuantas horas, la verdad, lo necesitaba.
Cuando pude levantarme, ya reconfortada, caí en cuenta que estaba en mi muy querido y pequeño paraíso, sitio ideal para disfrutar la naturaleza, realmente el panorama era impresionante, parecía un pedacito de cielo. Luego del desayuno, cada uno quiso adentrarse en aquellos parajes silvestres en pequeños grupos o a solas otros. Caminé hasta el arroyo, disfrutando cada espacio, era maravilloso sentir como mi cuerpo se renovaba con tanta pureza a mi alrededor. 
Al llegar a casa percibí un ambiente tenso, pronto se acercó Diana con la angustia plasmada en su rostro, a duras pena podía hablar, su hija, una joven de diecisiete años, no había amanecido a su lado, pensó en un principio que se había levantado temprano a preparar desayuno, pero no la encontró dentro de la casa, preguntó a los que alcanzó a ver, los q aún no habían salido al campo, nadie supo darle respuesta, trataron de animarla, probablemente se habría puesto de acuerdo con alguien para hacer un recorrido a primeras horas, cosa que ella puso en duda:
- Conozco a mi hija, sé q no habría salido sin decírmelo.
La tensión crecía cada vez que alguien llegaba sin traer razones alentadoras, la verdad que los que conocíamos a Doris, sabíamos que era una chica centrada y responsable con mucha consideración hacia Diana, su madre. Lo que aumentaba nuestra preocupación al no saber de ella.
  Cayendo la tarde llegó mi primo Juan con su esposa y sus dos niños, uno de ellos traía una bufanda verde, que en el acto Diana reconoció.
- Esa bufanda es de mi hija, por Dios!!! ¿como la tienes tú?
- Estaba a orillas del río, respondió el pequeño. 
Alguien sugirió saliéramos en grupos a buscar por los alrededores antes que entrara la noche y fuese imposible salir. En vano fue el intento, los arboles, el riachuelo, todo alrededor guardaba silencio, mientras que la desesperanza se apoderaba del grupo. 
Regresamos a casa procurando darnos ánimo, pero, ¿como consolar a aquella madre, que no encontraba sosiego ante tan difícil situación?...
Nunca viví una noche tan larga y desesperante. Procurábamos no separarnos, éramos en total diecisiete personas, cuando el sueño lograba vencerme, algún ruido me sobresaltaba y me volvía a la realidad; entre sedantes, tilos, valerianas Diana pasó la noche.
Muy temprano ya las autoridades estaban en casa, conociendo los pormenores y haciendo cualquier cantidad de preguntas. No lograba comprender que pasaba, mi corazón se resistía a aceptar los pensamientos negativos que no paraban de dar vueltas en mi cabeza. 
Hoy, nuevamente, recuerdo los preparativos que hacíamos para reunirnos en Barinas, vacaciones que año tras año nos llenaban de ilusiones… todo se convirtió en recuerdos, muy lejanos sí, donde la alegría ya no formaba parte de ellos, parecía estar prohibida; esa imagen nunca se apartara de mi memoria, tan pálida, tan ida, ¿dónde quedó su alegría, su juventud, todos sus planes?...