miércoles, 16 de mayo de 2012

A un año de la explosión en CAVIM


La alegría producida por el triunfo de los Tigres de Aragua, en el Beisbol profesional de Venezuela, pareciera borrar de la memoria de los maracayeros la experiencia vivida aquella madrugada cuando la gran mayoría de la población dormía plácidamente sin imaginarse si quiera lo que pasaba en la instalación militar.
Los habitantes de la zona, aquellos que desde hace treinta años o más, llegamos a poblar la naciente urbanización no estábamos exentos de conocer el peligro que se corría, era común la frase: “Si CAVIM explota se acaba media Maracay”. Sin embargo con la llegada de nuevos vecinos y con el vaivén de los días y los años  que nos sumergen en nuestros propios intereses, aquella incertidumbre se hacía cada vez más lejana. La vida transcurría en una total indiferencia a la posible realidad de que un día aquellas municiones que se encontraban guardadas en aquel arsenal pudiesen explotar.
Aquel despertar sobresaltado aproximadamente a  las cuatro de la mañana, se hace duramente inolvidable: “Levántense, levántense, CAVIN está explotando…” Aquella frase se repetía una y otra vez en mi cabeza y me impedía pensar con sosiego, solo atine colocarme algo de ropa encima y llamar al resto de la familia que aun dormía.
Ese sonar repetido, uno tras otro y cada vez más fuerte erizaba mi piel. El olor a pólvora que se  iba sintiendo, agitaba la respiración, solo se podía correr, para donde? No sé. Solo había que correr, sin embargo mi mente se repetía: “por más que corramos no podremos escapar”.
 Al correr veíamos como las personas se asomaban extrañadas de lo que pasaba y muchos sin entender porque, solo por instinto huían tratando de proteger sus vidas. En pocos minutos todo fue un caos, la multitud, los vehículos, todo se convirtió en un pandemonio. Pronto se sintieron esquirlas cayendo por todos lados pasando por entre la multitud que corría, se estaba protagonizando una de tantas películas alusivas al fin del mundo que inocentemente vemos con frecuencia en la pantalla grande, pero no era ficción, era una realidad dramática que cerraba nuestro entendimiento.
Pude  ver casos de solidaridad en medio de aquella situación, una mano tendida para ayudar a alguien a subir a una camioneta aunque no le conocieras, palabras de aliento hacia alguien sumido en crisis mientras por dentro te sentías desecho, prestar tu teléfono para que “un desconocido” se comunicara con un familiar, compartir una toalla con aquel que no pudo cubrirse apropiadamente.
Momentos que nos hicieron entender, tal vez por poco tiempo lo pequeño y frágiles que somos, lo tanto que necesitamos de una mano amiga, que lo material aunque muy querido tenía menos valor que la propia vida y  lo podíamos recuperar después,  lo profundo del amor y cuidado de Dios que guardó tantas vidas evitando que la tragedia fuese peor.

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